Acerca de las Horas de la Pasión

Cuando Luisa tenía 13 años, se presentó ante sus ojos una terrible visión: la calle estaba llena por completo de gente que seguía a Jesús cargando la Cruz, lo vio lleno de aflicción, agobiado, con el rostro chorreando sangre y con un aspecto tan doloroso que estremecía a las mismas piedras. Jesús entonces alzó los ojos hacia ella y le dijo: ¡Alma Ayúdame!
Desde aquel momento fue presa de tal amor a Jesús sufriente que no pudo dejar de meditar, con la más profunda contemplación de amor y de amoroso dolor, en los sufrimientos y en la muerte del adorable Redentor Jesús.
En este contínuo meditar Nuestro Señor Jesucristo le reveló todos los padecimientos, tanto externamente como en su interior, que vivió las últimas 24 Horas de Su Pasión, hora por hora.
Esto dice el Señor sobre estas meditaciones: "Estas Horas son las más preciosas de todas, porque no son otra cosa que repetir lo que hice en el curso de Mi vida mortal y lo que continúo haciendo en el Santísimo Sacramento. Cuando escucho estas Horas de mi Pasión, escucho Mi misma voz, Mis mismas oraciones, veo Mi Voluntad en esa alma, cual es la de querer el bien de todos, y de reparar por todos; y Yo me siento transportado a vivir en ella, para poder hacer en ella lo que ella misma hace. ¡Oh, cuánto Me gustaría que aunque sea una sola por pueblo hiciera estas Horas de Mi Pasión! Me escucharía a Mí mismo en cada pueblo, y Mi justicia, en estos tiempos tan despreciada, quedaría en parte aplacada. »Vol. 11, octubre de 1914.
También dice JESÚS:
Vol 11, 6 de Noviembre de 1914Hija mía, debes saber que con hacer estas horas, el alma toma mis pensamientos y los hace suyos, mis reparaciones, las oraciones, los deseos, los afectos y aun mis mas intimas fibras y las hace suyas, y elevándose entre el cielo y la tierra hace mi mismo oficio…
Vol 11 - 6 de Septiembre de 1913
Todo lo que Jesús hizo y sufrió está en acto contínuo de darse al hombre.
Las horas de mi pasión son mis propias oraciones, mis mismas reparaciones, son todo amor y han salido del fondo de mi corazón.
Vol. 7, 9 de Noviembre de 1906
« Hija mía, quien está siempre rumiando mi pasión, y siente dolor y me compadece, me agrada tanto que me siento como retribuido por todo lo que sufrí en el curso de mi pasión; el alma, rumiándola siempre, llega a formar un alimento continuo que contiene diferentes condimentos y sabores que producen en ella diferentes efectos.
Así que, si durante mi pasión me dieron sogas y cadenas para atarme, el alma me desata y me da la libertad. Ellos me despreciaron, me escupieron y me deshonraron, ella me aprecia, me limpia los salivazos y me honra. Ellos me desnudaron y me flagelaron, ella me cura y me viste. Ellos me coronaron de espinas, tratándome como Rey de burla, me amargaron la boca con hiel y me crucificaron; el alma, rumiando todas mis penas, me corona de gloria y me honra como su Rey, me llena la boca de dulzura, dándome el alimento más exquisito, como es el recordarse de mis mismas obras, y me desclava de la cruz y me hace resucitar en su corazón, y cada vez que lo hace le doy como recompensa una nueva vida de gracia; de manera que ella es mi alimento y yo me hago su alimento continuo. Así pues, lo que más me gusta es que el alma rumie continuamente mi pasión. »